viernes, 29 de junio de 2012

Illia, 45 años después


Se cumplieron ayer 45 años de que un grupo de salteadores nocturnos desalojó de la Casa Rosada al entonces presidente de la Nación, Arturo Illia.
En tiempos de manipulación y fabulación de la historia, es bueno recordar algunas cosas, porque lo de Illia sí fue épico. No cedió nunca ante las presiones de los poderosos. La promulgación de leyes de relevancia, como la de salario mínimo, vital y móvil y la de medicamentos, conocida como “ley Oñativia”, son jalones del compromiso con los humildes y de su impermeabilidad a las presiones.
Tuvo como eje de gobierno el apoyo a la educación. En 1964, el producto interno bruto (PIB) aumentó 10,3 por ciento y, al año siguiente, 9,1, y en el bienio, 20,3 por ciento. Las exportaciones, que representaban 1.200 millones de dólares en 1962 pasaron a 1.500 millones en 1965, con un récord de 877 millones en el primer semestre de 1966. La deuda externa disminuyó de 3.390 millones a 2.650 millones de dólares en 1965, sin necesidad de acudir a las reservas del Banco Central o al Fondo Monetario.
Al día siguiente de ser derrocado, efectuó ante la Escribanía Mayor de Gobierno una pública manifestación de sus bienes. El 12 de octubre de 1963, cuando asumió, poseía una propiedad en Cruz del Eje, obsequiada con el aporte de sus vecinos; los útiles del consultorio; un automóvil y un depósito bancario de 300 mil pesos, mientras que a la fecha de su destitución seguía teniendo la casa, pero había perdido el automóvil y el saldo del banco. El ex presidente acompañaba en su lecho de enferma a su compañera de toda la vida, víctima de un cáncer.
Illia merece todos y cada uno de los homenajes que se le brindan. Los radicales debemos comprometernos a mantener su histórico legado, que nada tiene que ver con la política vaciada de contenido y sólo aferrada a encuestas o al resultado electoral, en pos de la supervivencia política de unos pocos.

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