jueves, 24 de marzo de 2016

Atilio Zanotta por Mariel Estrada

“La amistad, como la sombra vespertina, se ensancha en el ocaso de la vida” (JEAN de la FONTAINE)
La crónica de una biografía que jamás se escribirá, contaría que conocí a Atilio Zanotta desde mi primera infancia, siendo vecinos en la mágica cortada Martín Fierro. El amor por la literatura logró unir a esa nena que enhebraba cuentos y aquel adolescente que ganaba Concursos Literarios. Hijos únicos ambos, forjamos con empeño la solidez de una amistad que se mantuvo en el tiempo. El andamiaje crítico de la adolescencia nos permitió elaborar largas charlas en reuniones sociales, donde ninguno de los dos prefería bailar. Salidas al cine, largas caminatas, confidencias en voz baja, algún romance con el chico o la mucha cha elegida, robustecieron el único sentimiento que no cesa.
Inalterable vínculo que sobrevivió a los vendavales de cortas ausencias, pero nunca supo de equívocos, malentendidos… o desencuentros.
Circula una leyenda en China que cuenta que a las personas que las enlaza una flecha poderosa (amor o amistad) las une un hilo rojo. Ese hilo volvió a tensarse en el período en que Atilio quedó solo, en razón de viudez. Con alegría memoro las reuniones compartidas en su casa, el encanto de las conversaciones, el café de la sobremesa. Ahora Atilio se ha marchado sin aviso y para conjurar a la desolación, me aferro a la lectura de sus mails, a los libros de cada cumpleaños, a las fotos que permiten traerlo de regreso. Hasta pronto, amigo querido, hermano de la vida. Que el hilo rojo me conduzca hasta vos… para volver a encontrarnos.

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